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Las tareas, indicadores de un desastre…

Cada vez que me pongo a corregir tareas y trabajos prácticos, me empiezo a sentir mal. Me agarra desesperanza, bronca, desmotivación. Leo con detenimiento los trabajos de mis estudiantes y me dan ganas de llorar. Ya no son los errores de ortografía (que todos alguna vez tuvimos) o no contestar alguna pregunta. ¡No! Es muchísimo peor. Los indicios, observables a través de las producciones escritas de los estudiantes, auguran un futuro muy poco esperanzador.

Cuando hablo de «dificultades» en el área de Lengua, me refiero a: 1) falta de coherencia y cohesión en las oraciones escritas (literalmente, no se entienden). 2) De un texto escrito, un 70 % de las palabras tiene uno o más errores graves de ortografía («hayer», «guevo», «naturalez», «lenjua», etc etc), 3) falta de comprensión o comprensión incorrecta de las consignas (responden algo diferente a lo que se pide o no entienden que la información teórica que aparece junto a la actividad, les sirve para responder). 4) desconocimiento de lo que es un sustantivo, un adjetivo, un verbo, incluso hasta una sílaba (en séptimo grado). 5) dificultad para separar en sílabas o reconocer la sílaba tónica (consecuentemente no entienden la idea de acentuación / tildación de palabras). 6) no comprenden en una consigna lo que es «clasificar», «comparar», «definir». En consecuencia se limitan a copiar mecánicamente y de forma más o menos azarosa un fragmento del texto. 7) cuando leen en voz alta, reemplazan una palabra por otra, sin siquiera darse cuenta de este hecho, lo que provoca que al finalizar la lectura no hayan comprendido el texto o lo hayan malinterpretado.

Aquí hay un gravísimo problema en varios frentes. No hay ninguna duda que las familias y la actitud del estudiante forman una parte importante de este conflicto. Sin embargo, yo quiero aquí ocuparme de lo que sí puedo cambiar, que es lo que sucede en la institución.

La escuela tiene una responsabilidad enorme por el bajo rendimiento que alcanzan los chicos. Tenemos que comenzar a tomar esta problemática con seriedad y trabajar en conjunto para realizar un diagnóstico que nos permita saber dónde estamos parados y qué tenemos que hacer para que la situación mejore.

Algunos ejes que nos tenemos que plantear son:

  • El recambio anual de docentes y las numerosas «suplencias» durante el año generan numerosos quiebres en el proceso de enseñanza – aprendizaje. De algún modo, este «desfile de profesores» se tiene que cortar. Y si no es posible, tiene que haber un equipo directivo fuerte que obligue al docente que toma la suplencia a seguir exactamente la misma línea de trabajo del docente titular, de modo que el cambio se note lo menos posible.
  • Las escuelas deben tener escritos los contenidos que se darán en cada grado, definiendo los alcances de cada tema. Pero OJO que no es algo a nivel general. Debe estar especificado al más mínimo nivel de detalle, qué contenidos se van a trabajar, cuáles son las propuestas que se plantearán, qué salidas didácticas se harán por grado, entre otros aspectos. Esto requerirá un buen tiempo de trabajo institucional, pero que garantizará un alto nivel de coherencia en las propuestas a futuro. De esta manera lograremos que en Ciencias Naturales, por poner un ejemplo, cada grado realice una experiencia científica diferente (y no que terminen haciendo la germinación del poroto de primero a séptimo).
  • Se debe definir institucionalmente una línea ideológica-pedagógica de trabajo que cada docente tendría que respetar. No puede ser que cada maestro que llega a una escuela haga lo que mejor le parezca. A ver, no niego del valor de la impronta de cada docente pero si hay un acuerdo, una línea de trabajo, se debería seguir.
  • Todos los docentes deberíamos manejarnos con los mismos parámetros e ideas respecto a, por ejemplo, cómo se enseña y se aprende Lengua. Si un estudiante recibe el mismo mensaje, año tras año (no importa qué docente le toque), sin dudas va a lograr mejorar (y cuando llegue a séptimo veremos los resultados).
  • El equipo directivo debería prohibir «cierto tipo de actividades» que no ayudan a favorecer el pensamiento de nuestros alumnos (las típicas de la escuela tradicional). ¡Sí! ¡Suena autoritario! Pero pensando en el bien de los chicos, creo firmemente que es más importante su futuro, que el gusto del docente por ciertas propuestas….

Tenemos que cambiar la lógica. A ver: si el profe de cuarto no maneja la tecnología pero la escuela estableció institucionalmente que en cada grado se tiene que incorporar una propuesta con TIC, ese docente deberá ajustarse a lo indicado y hacer el esfuerzo de aprender lo que no sabe. Otro ejemplo: si la escuela tiene un plan de campamento, no puede depender del gusto del docente ir o no ir. Deberá organizarse para asistir o saber que esa escuela tiene ESE proyecto educativo y quizás le convendría buscar otra institución que se ajuste mejor a sus necesidades.

En resumen, estoy absolutamente convencido que para observar notorias mejoras, es necesario el trabajo en equipo, articulado hasta en los más mínimos detalles. Y un equipo directivo fuerte, que sostenga y recuerde permanentemente los acuerdos pedagógicos alcanzados.

Este planteo ideal llevaría a que un estudiante dijera: -Bueno, en sexto sé que me va a tocar tal y cuál salida didáctica, tal experiencia, que voy a tener tal propuesta- Y no como sucede ahora en donde el niño dice: – Bueno, el año que viene voy a sexto y me toca con la seño Marcela, entonces vamos a ver qué pasa-

Esto que digo suena fuerte pero es real. Si seguimos trabajando solos, cada cual con sus locuras, lo único que conseguiremos es perjudicar a nuestros chicos. Y aunque parezca un poco extremista, les estaremos arrebatando el porvenir o limitando sus capacidades.

¡Es hora de cambiar! 🙂 

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