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Levantar las manos para participar

Discusión imaginaria entre un alumno y su maestra

-Seño, yo pienso que… – dice Julián
-Tenés que levantar la mano para participar – dice la maestra
-Pero Valentina habló y no esperó su turno
-Ella también tiene que aprender a respetar a los demás.

Imagino que esta discusión resultará familiar para muchos de ustedes. Es la discusión que los maestros presenciamos diariamente en las escuelas.

Desde primero hasta séptimo grado insistimos y volvemos a insistir la importancia de esperar el turno de palabra y de que el docente diga a los alumnos cuándo es el momento de expresar su opinión.

Los chicos van creciendo, atraviesan la secundaria (aquí hay menos problemas puesto que la participación ya no refleja la pasión de la niñez, un poco debido a la adolescencia y otro poco porque la escuela ha aniquilado ese interés), llegan a un terciario y en algunos casos, a la universidad.

¿Y qué ocurre con la participación en un Nivel Terciario?

Aprovecharé la oportunidad para comentar lo que observo desde mi lugar de alumno de un Instituto Terciario.

El grupo con el que curso las materias es un grupo reducido, de no más de veinte personas. Las clases suelen ser dinámicas y los profesores promueven la participación de los alumnos.

Levantar la mano no ayuda a que el niño escuche lo que dicen sus compañeros ya que sólo tiene que esperar que el adulto le diga cuando participar mientras el puede seguir pensando en otros asuntos; implica un rol pasivo de su parte, no comprometido con el acto comunicativo que está teniendo lugar.

En este contexto y en mi experiencia particular, sólo un escaso porcentaje de compañeros (uno o dos) levanta la mano y espera su turno (son los que lo han podido incorporar este gesto en etapas anteriores); el resto, entre los que me incluyo, hablamos cuando lo consideramos necesario y en cualquier momento en que se produce un silencio. En algunas ocasiones los comentarios son acordes al tema que se está discutiendo y en otras oportunidades, no guardan ninguna relación (a veces ni siquiera con la materia). El profesor es el moderador de la discusión y el que encauza la temática en caso de que se haya ido muy lejos de lo previsto. Sin embargo, da el tiempo para que nosotros podamos expresarnos libremente.

Y yo me pregunto… ¿qué es lo importante? ¿Enseñar el procedimiento mecánico de dejar la mano levantada hasta que el adulto decide cuando es el momento de otorgar la participación? ¿O enseñar cuáles son las claves del discurso para que sean los niños los que puedan controlar dicha comunicación?

Los docentes deberíamos enseñar a los niños a que ellos descubran cuándo es el mejor momento para decir lo que tienen que decir, que se den cuenta cuándo su participación resultará apropiada, contextualizada o cuándo será desubicada; dado que si seguimos siendo nosotros los que decidimos cuándo los estudiantes deben hablar o callar, nunca desarrollarán la capacidad de escuchar al otro.

Para ejemplificar un poco esta situación, nada mejor que tomar algún contexto informal. Imaginemos que estamos con un grupo de amigos, reunidos para hablar sobre nuestras vacaciones.

¿Levantaríamos la mano para poder contar nuestras vivencias? ¿Precisaríamos de un moderador que nos dijera cuándo hablar y cuándo callar? Claramente no haría falta porque desarrollamos la capacidad de saber cuándo intervenir en el discurso ajeno y cuándo escuchar atentamente (o al menos simular que lo estamos haciendo). ¿Por qué entonces la escuela debe regirse con otro código comunicativo?

Para finalizar, los dejo pensando con la siguiente frase:

 Los chicos deben ser los protagonistas de sus procesos de aprendizaje, deben adquirir las habilidades necesarias que les permitan autorregularse (entendido como la capacidad de dosificar y moderar las propias acciones) y nosotros, como adultos, debemos darles las herramientas para que esto suceda. 

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