Introduciré el artículo de hoy a partir de un diálogo. Esta es una situación que se observa comúnmente al iniciar la jornada escolar, cuando todos los alumnos se encuentran formados esperando que la maestra y la directora los saluden.
-¡Buen día chicos!– dice la maestra.
-¡Buenos días señorita!– dicen todos los alumnos a coro y en el mismo tono (en realidad, los más pequeños son los que más saludan; los más grandes se limitan a presenciar la escena sin pronunciar palabra).
¡Buenos días chicos!– dice la directora
-¡Buenos días!– vuelven a decir los chicos.
Una vez que se termina este primer saludo inicial viene la pregunta de rigor:
-¿Cómo están?
– ¡Bieeeen! – responden todos al unísono.
Es en este momento en el cual algún “arriesgado e inconsciente” niño osa dar una respuesta diferente y responde:
–¡MAL!
Rápidamente el adulto que se encuentra cerca de este infante, toma cartas en el asunto y lo mira de manera amenazadora para frenar cualquier otro intento de espontaneidad verbal; o también puede pasar que el maestro sea un poco más “compinche” y se ría de la originalidad del alumno.
En una de las escuelas primarias en las que trabajé, el saludo lo hacían los docentes que estaban de turno (son aquellos que tienen que llegar un poco más temprano y desempeñar algunas funciones extra). Dado que en general eran dos docentes + el directivo, la secuencia se ejecutaba de la siguiente manera:
– Hoy tenemos tres saludos – explica una de las maestras.
– ¡Buenos días! – dice la segunda maestra.
– ¡Buenos días! – dice la que habló en primer lugar.
– ¡Buenos días chicos! – dice la directora
A lo que todos contestan:
– Buenos días.
Lo curioso de esto es que todos los alumnos están esperando escuchar la palabra “chicos” para saber cuándo tienen que contestar.
Una situación curiosa se da cuando llega un nuevo maestro a la escuela (que desconoce este código) y le toca saludar primero. Si este maestro pronuncia la palabra “chicos”, automáticamente todos contestarán sin esperar que los demás adultos los saluden. Y si está palabra no es mencionada, la gran mayoría no emitirá respuesta alguna.
Respecto a este tema, se me ocurre pensar algunas cuestiones: si en la vida cotidiana nos saludamos diciéndonos ¡Hola! (o similar, según las regiones) y acompañando nuestro saludo con un abrazo o un beso ¿Por qué el saludo escolar tiene que ser tan mecánico y tan desprovisto de sentido de la realidad? ¿Queremos realmente saludar a nuestros alumnos? ¿O lo hacemos por mero formalismo?
Por otra parte, si nos centramos en la pregunta ¿cómo están? tendremos que reconocer que ninguno de nosotros está esperando que algún alumno conteste “Mal”. Si de hecho un niño dice esta respuesta, es poco probable que consideremos que le esté pasando algo, más allá del hecho de querer “transgredir” o “llamar la atención”.
Y aquí es donde nuevamente me pongo a pensar ¿Para qué hacemos esa pregunta si realmente no nos interesa la respuesta?
Personalmente soy un ferviente defensor de que todo lo que se haga en la escuela tenga sentido. Es hora de dejar de sostener las rutinas de antaño, tan ancladas a los orígenes del sistema educativo.
Por eso, considero que es hora de apagar el “piloto automático”, para poder analizar profundamente cada uno de nuestros actos y decidir si es necesario reverlos, cambiarlos o seguir sosteniéndolos a toda costa.
Encontremos la manera de lograr que el saludo sea realmente un acto sentido de comunicación, de empatía, de contacto con el otro; para que estas simples palabras de bienvenida se conviertan justamente en eso, en una bienvenida.