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Los grupos de trabajo

-Lucía, hoy te sentás con Martín.
– No, seño, Martín siempre me pelea.
– Bueno, tienen que ser buenos compañeros. Dale, andá para allá.

Este diálogo refleja una de las situaciones que habitualmente suceden en el aula cuando los maestros queremos que los niños se sienten en los pupitres de acuerdo a nuestro criterio. Este criterio que utilizamos nunca es azaroso, en general está motivado por cuestiones vinculadas al “prestar atención en clase” (por tal motivo, elegimos sentar o separar a u niño de otro) o por afinidad (estos que son amigos es mejor que estén separados porque charlan mucho).

Llegamos a naturalizar de tal manera este discurso que ya no nos planteamos si es un criterio justo o útil para resolver una situación de enseñanza / aprendizaje.

Está tan imbricado en el pensamiento colectivo (tanto de padres como de docentes) que parece una solución obvia a emplear cuando se observa que los niños no prestan la atención necesaria.
Por otra parte, en relación al comportamiento, es común recibir notas de los padres solicitando que a su hijo no lo sienten con alguien con el que haya tenido disputas o discusiones.

Aquí hay algunas cosas interesantes para analizar:

  1. ¿Es real que si los niños se sientan como ellos quieren, no aprenden lo que nosotros queremos enseñarles?
  2. Y si esto es verdad, ¿por qué ocurre? ¿Será tal vez porque la dinámica de la clase genera aburrimiento o la propuesta no es lo suficientemente motivadora?
  3. ¿Por qué consideramos que los chicos no pueden aprender a autogestionarse en su aprendizaje y regular su comportamiento, si se sientan con quien ellos se encuentran cómodos?

Me parece que es fundamental que empecemos a tener en cuenta que los niños pueden y deben tener voz y voto en las decisiones, si queremos que empiecen a construir autonomía (pero para eso hay que considerarlos sujetos con derechos y no meros títeres que podemos manejar a nuestro antojo). En un punto creemos que tenemos las prerrogativas para decidir TODAS las cuestiones que se refieren a los alumnos (donde se sientan, con quién, qué pueden decir, qué no, cómo, cuándo pueden ir al baño, cuándo no, qué es lo que tienen que anotar del pizarrón, qué no, y la lista se vuelve interminable).

Deberíamos lograr que los niños estén cómodos en la escuela, que se sientan bien y el hecho de sentarlos a nuestro gusto, les genera una angustia. Y quizás en este momento, querido lector, estés pensando: -No es tan grave, los chicos tienen que entender que todos son compañeros y se tienen que poder sentar con el que les toque…. ¡ALTO! Frenemos ese pensamiento. Situémonos en nuestra condición de adultos. Pensemos qué ocurre cuando somos alumnos de una carrera universitaria o terciaria o simplemente cuando participamos en un curso sobre alguna temática, con otras personas. El primer día de clases elegimos un lugar que nos gusta, sin preocuparnos por la persona que nos tocó al lado. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, comenzamos a elegir a nuestros compañeros por afinidad y generamos un grupo de pertenencia. Y una vez ocurrido esto, no nos sentamos en otros grupos, sólo “para conocer a otros compañeros”.

Tengo muy presente algunos momentos de clase  como estudiante del profesorado, en donde el docente nos proponía que nos reuniéramos con compañeros con los que no trabajábamos habitualmente. Esto nos generaba una sensación de mucho malestar porque la verdad es que uno se siente cómodo haciendo una actividad, cuando está con personas con las que tiene una cierta afinidad.

Si a los adultos nos resulta difícil, pensemos qué tanto más lo será para los niños, que todavía están aprendiendo a socializar.

Con este planteo que he venido desarrollando no quiero decir que la conclusión sea que los chicos se sienten siempre con quien ellos quieran y que no se pueda proponer otra forma de agrupación. Lo que quiero que quede claro, es que esta decisión que tomamos los maestros NO ES MENOR y no la podemos llevar a cabo sin consultar a nuestros alumnos, sin escuchar su opinión.

Es un poco ilusorio pensar que por sentar a los chicos como nosotros queremos, van a lograr conocerse más, si no hicimos previamente actividades que los ayuden en este sentido. Es más, creemos que la actividad pedagógica que convoca a realizar una determinada tarea, será el elixir mágico que reunirá a los niños en pos de un objetivo común. Claramente no funciona así: a los pocos minutos de darles la tarea a realizar, los chicos se empiezan a pelear, a discutir y se producen los quiebres dentro del grupo.

Cuando esto ocurre, en lugar de entender que esta actitud era esperable (porque forzamos  a agrupar a los niños), nos enojamos con ellos y los obligamos aún más a volver a agruparse, lo que genera una situación todavía más angustiante para ellos; aunque también puede ser que decidamos que trabajen por separado, en cuyo caso se habrá diluido la posibilidad de construir algo entre todos.

Es importante pensar todas y cada una de las cosas que hacemos diariamente; nada de lo que hacemos es ingenuo, todo tiene una ideología detrás. Y lo que para nosotros puede ser una nimiedad, para los chicos es una cuestión de vida o muerte.

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