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Los papás y las mamás tienen nombre

Quizás te haya sonado gracioso este título… o puede que hayas pensado hacia dónde apunta este post. Pues bien, tiene que ver con esa extraña costumbre que tienen algunos docentes de darle la bienvenida a los papás, diciéndoles: hola papá/papi, hola mamá/mami. ¿Qué onda? A mi se me crispan los pelos de la nuca cuando lo escucho (y eso que me estoy quedando calvo).

Más allá de que suena completamente poco profesional y nada serio referirse de este modo a los padres de nuestros estudiantes, que una profe diga: -hola papi, hasta se puede malinterpretar (y más bochornoso si se encuentra presente también la madre del alumno en cuestión). ¡Ojo al piojo que el caso inverso también lo he observado! 🙂

Pero no es sólo esto sino también que denota poco interés de nuestra parte respecto a la vida de las familias. Aprendernos el nombre del papá y la mamá debería ser básico. Y si es muy difícil porque son muchos, al menos deberíamos disponer de un machete para llamarlos correctamente cuando nos acercamos a saludarlos.

Daría como la impresión que con utilizar el genérico papá / mamá / abuelo / abuela es más que suficiente. Parecería que son considerados así, meros intermediarios entre sus hijos y el docente.

Pero hay algo aquí que es fundamental: el vínculo no se debe construir sólo con el alumno sino también con la familia ya que la educación es un proceso colectivo en el que intervienen muchas personas. Y los papás y las mamás (más todos aquellos que forman parte cercana de la vida de los chicos), cumplen un rol esencial en este proceso.

«Para educar a un niño hace falta una tribu entera».

Proverbio africano

Así, hace un par de años decidí tomar cartas en el asunto y empecé a implementar esta estrategia. Llamar a cada cual por su nombre. Averiguar algo de cada miembro de la familia de mis estudiantes: ¡ hasta me aprendí el nombre de sus mascotas.

¡STOP! Estoy seguro que detrás de la pantalla estarás diciendo: Horacio, te volviste totalmente loco. La docencia te quemó el coco.

Y ahí nomás es donde aparece la típica frase: YO JAMÁS HARÍA UNA COSA ASÍ, BASTANTE CON TODO LO QUE HAGO….

Bueno, cada uno tiene libre albedrío. Pero no sabés lo que te perdés. Te perdés de construir un vínculo familiar, un lazo que va más allá de lo burocrático o del simple juego de roles al que estamos acostumbrados en la escuela.

Y aquí viene lo más importante: cuando el docente y la familia están implicados en el vínculo, se vuelven «compinches» y así es como comienzan a trabajar juntos para que el niño avance en sus aprendizajes.
Te puedo asegurar que los resultados son espectaculares. Y que la gratificación por trabajar de esta manera es inmensa.

 

Y vos ¿te animás a cambiar la cabeza?

 

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