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Reflexiones en la pileta de natación

Te puede sonar curioso el título y la verdad que lo es; el mismo surgió de manera espontánea mientras estaba en mi clase de natación.
Cuando comenzó la clase, la profesora solicitó que hiciéramos diez piletas, combinando distintos estilos. Yo comencé con la actividad pero pronto me di cuenta que no podría hacer lo que me había solicitado, porque no estaba dentro de mis posibilidades físicas actuales. No era cuestión de falta de voluntad o de “ganas” sino de una imposibilidad temporal.
La profesora vio que no podía realizar la actividad a la par de mis compañeros y se limitó a ofrecerme un descanso como alternativa.
Y fue ahí cuando me puse a pensar dónde estaba el problema. Si yo estaba en un nivel intermedio, se suponía que tenía que poder hacer lo mismo que los demás.
Y comencé a entender que mis puntos de partida (sobre todo físicos), no eran los mismos que los de los demás. Me empecé a plantear porqué la propuesta debía ser la misma para todos, si todos somos diferentes.
Mientras retomaba la consigna e intentaba nadar al mismo ritmo que los otros nadadores (sin éxito, por cierto), mi mente me decía que había un notable paralelismo con lo que ocurría diariamente en las aulas.
Fue así que comencé a pensar que los chicos no comienzan todos en el mismo punto de partida ya que están condicionados por su historia personal, social, familiar y cultural. Esto quiere decir que aunque todos estén en el mismo grado, no todos saben lo mismo ni aprenden de igual modo.

El Diseño Curricular nos dice que se deben ofrecer múltiples oportunidades y estrategias de enseñanza-aprendizaje para lograr que todos los alumnos adquieran los conocimientos previstos.
Sin embargo, la realidad en las aulas es completamente diferente. Las propuestas tienden a ser únicas y homogéneas, considerando que todos los alumnos parten del mismo lugar y aprenden de la misma manera. Por otra parte, cualquier estudiante que no logre los aprendizajes requeridos en el tiempo y forma establecidos, es visto por los docentes como alguien que requiere atención, porque tiene “dificultades”.
Y en muchos casos, estas “dificultades” simplemente no son tales: son señales que deberían indicar a los docentes que la propuesta pedagógica única, como mínimo, resulta insuficiente.
La respuesta es muy clara: ningún niño es igual a otro.
Muchas veces creemos que los chicos no quieren hacer las cosas y la realidad es que no pueden. Tenemos que lograr convertir sus debilidades en fortalezas y para eso debemos considerar que cada niño es un ser único e irrepetible. Ojalá que nuestras propuestas pedagógicas también lo sean.

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