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Vínculo con las familias

A lo largo de mi carrera docente, me he cruzado con muchas colegas que sostenían que había que evitar que las familias se entrometieran en la tarea pedagógica, que era necesario marcar límites. Por otra parte, estas mismas compañeras también se quejaban cuando las familias, por el contrario, estaban ausentes. Pero al mismo tiempo pensaban que recibir un whats app de parte de ellas, resultaba una invasión a su espacio personal y a su vida privada fuera de la escuela.

Yo no estoy aquí para decir si eso está bien o mal pero sí puedo decir que mi pensamiento  siempre fue diametralmente opuesto.

Siempre creí en la idea de construir vínculos con las familias, de ir más allá de nombrar a los familiares como:  «la mamá de…» o «el papá de…». Para mí era vital aprender sus nombres y a partir de ahí comenzar a construir una comunicación. Pero no un diálogo acartonado, burocrático, frío, monotemático… ¡No! Siempre aposté a lograr un poco más en las charlas, intentando volverlas más enriquecedoras, sensibles, cálidas.

Siempre tuve interés en conocer a las familias de mis alumnos, en tratarlas con cordialidad, en saber cómo estaban. Si atravesaban algún problema, acompañarlas aunque fuera sólo por intermedio de la palabra. Si alguno de ellos o sus hijos, estaban enfermos, mandarles un mensaje para desearles una pronta recuperación.  O si la mamá había dado a luz, extenderle las más cálidas felicitaciones.

Por eso, para  mí siempre se trató de construir comunidad, confianza, lazos, tanto con los papás como con sus hijos. Y con ellos, lograr un diálogo sincero, afectuoso, permanente. Así, durante el año, los saludaba por whats app para su cumpleaños y en la escuela si era un día de clases. Estaba pendiente de sus necesidades, de sus preocupaciones. Los escuchaba con un oído atento. Les hacía ver que además de sus familias, siempre podían contar con un maestro.

Durante este año recibí mensajes de Whats App de todo tipo, por parte de las familias: desde pedidos, hasta agradecimientos, todos los días del año. (nunca recibí un reclamo o un enojo).

Y a diferencia de mis compañeras, nunca viví esta comunicación permanente como una invasión. Pero también tiene que ver con el lugar que cada docente le da a la familia: como para mí se trataba de «personas a quienes apreciaba mucho», ¿cómo iba a molestarme ayudarlos y acompañarlos en el camino escolar de sus hijos?

Así, escuché a un estudiante que se había peleado con su mamá y necesitaba que alguien lo oyera con atención…. escuché a una mamá que quería compartir su pena porque había fallecido la abuela de sus nenes… a otra que nos contaba su enorme felicidad por haber dado a luz…. y para el día de mi cumpleaños una mamá me mandó un video de su hijo en donde me cantaba una canción para felicitarme… entre tantos y tantos mensajes más.

Por eso, estoy convencido que la escuela debe reinventarse y para eso hace falta valor, mucho valor. Uno puede meter la pata, en aras de querer hacer el bien, pero si uno nunca lo intenta, nunca sabrá lo que podría haber sucedido.

Yo me animé, me arriesgué… y puedo decir que valió la pena.

Todo esto que menciono no lo hago con un propósito egocéntrico o para hablar de mis méritos sino para motivar a  mis colegas a que se animen a reinventarse y a transformar la educación. Porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va a hacer?

¡Buen año!

Horacio

 

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